La vida era dura, pero quizás no tan dura como la que en la actualidad persiste en países de surafricanos o latinoamericanos; los campos eran labrados con arado y sin abono y dejados alternativamente en barbecho cada dos o tres años. Se producían la mitad de lo que hoy día se produce y no rendía lo suficiente; el campesino, que por las condiciones de vivir en feudos de terratenientes y hombres de armas, era el siervo, tenía que dejar la mitad de la cosecha para su amo y con el resto alimentar a su familia
Al no haber alcantarillado ni sistema alguno de conducción de aguas, las calles de las ciudades fortaleza o aldeas, parecían cenagales todas las épocas del año, por supuesto el mal olor era parte de la cotidianidad y el cultivo de enfermedades endémicas que azotaron a la población menguada del Medioevo
Pero no todo, en esa cotidianidad, era rupestre, había un gran conocimiento de la naturaleza, de las bondades de las plantas para la salud, de saber orientarse con las estrellas y los movimientos del Sol; se poseía una vista ágil y una mano diestra, se conocía el espacio en razón del mandato de sus constantes cambios y se respetaba la pureza de los bosques porque sólo se talaba lo necesario para beneficio humano.
La carne, secada al sol o ahumada en las enormes chimeneas, se conservaba bastante mal y era necesario renovar a menudo las provisiones, por lo que había una constante escasez de sal y de pimiento, indispensables para sazonar los alimientos y para prolongar la conservación de estos víveres, que continuamente amenazaban con corromperse.
Al no haber alcantarillado ni sistema alguno de conducción de aguas, las calles de las ciudades fortaleza o aldeas, parecían cenagales todas las épocas del año, por supuesto el mal olor era parte de la cotidianidad y el cultivo de enfermedades endémicas que azotaron a la población menguada del Medioevo
Pero no todo, en esa cotidianidad, era rupestre, había un gran conocimiento de la naturaleza, de las bondades de las plantas para la salud, de saber orientarse con las estrellas y los movimientos del Sol; se poseía una vista ágil y una mano diestra, se conocía el espacio en razón del mandato de sus constantes cambios y se respetaba la pureza de los bosques porque sólo se talaba lo necesario para beneficio humano.
La carne, secada al sol o ahumada en las enormes chimeneas, se conservaba bastante mal y era necesario renovar a menudo las provisiones, por lo que había una constante escasez de sal y de pimiento, indispensables para sazonar los alimientos y para prolongar la conservación de estos víveres, que continuamente amenazaban con corromperse.
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